domingo, 25 de noviembre de 2012

Extraordinario




Siempre he escuchado a la gente decir que el suyo era el mejor perro del mundo. Siempre he pensado que exageraban. Y es que el mejor perro del mundo vivía en nuestra casa.

A Otto lo ví por primera vez en 2001; lo compró Turi y me tocó recogerlo a las afueras de Madrid. "Perro de Aguas Español, camada de Ubrique". Ese día aprendí qué significaba eso. Desde que lo metí en una caja en la parte trasera de aquel Clase A, supe que era diferente a todos los perros que habían pasado por casa. Mejor. No dejé de acariciarlo hasta llegar a Vigo, y no hizo nada "incorrecto" en todo el trayecto. Esa noche durmió conmigo. Como tantas otras.

Lo mejor que puedo decir de Otto es que fue un buen perro. Excepcional. De principio a fin. Nunca causó problemas. Siempre fue obediente, bueno, mimoso, tímido, cariñoso y fiel. Muy fiel. Definen así a los de su raza, aunque me cuesta creer que hubiera otro siquiera parecido.

Otto encontró en mi padre al compañero ideal. Y viceversa. Tras verlos juntos durante más de diez años, me cuesta imaginar al uno sin el otro. 

Con su carácter nos enamoró a todos, incluyendo a mi madre, que fue la que más sufrió la cara menos amable de convivir con un perro.

Por la calle llamaba la atención, tanto con el pelo largo como trasquilado. Y es que era realmente un ejemplar magnífico.

David conoció más de la mitad de su vida; Pipo lo disfrutó casi cinco años; Alejandra todavía mira al suelo cuando le preguntas dónde esta Otto. Pero ya no lo va a encontrar. 

Un ser extraordinario.
 

Te echaré de menos, Pichiñas...