martes, 21 de noviembre de 2017

Isa



Mi relación con Isabel Genis era simplemente inexplicable. Nos profesábamos un amor y un respeto que dudo que vuelva a experimentar por años que viva y por gente que llegue a conocer. Hoy leo testimonios de muchos que habéis querido despediros de ella, y cada uno me emociona, porque están llenos de verdad.

A Isa la conocí en Valencia, en la vorágine de la 32 America’s Cup, una época muy especial para los que vivimos en este microuniverso de la vela, y en la que personalmente forjé amistades de esas que no se rompen. Isa era esa Señora (si, con mayúscula) que a modo de director de pista controlaba con maestría y una caja de bombones a toda la "fauna" que formábamos parte de la maquinaria de comunicación en el circo ACM. Esa Señora que miraba y hablaba con la barbilla siempre levantada, a modo de Señorita Rottenmeier de Palafrugell. Esa Señora que tenía respuesta para todo, aunque empezara por uno de sus “si… eh… bueno…” que en otros denotaría inseguridad, pero que viniendo de Isa siempre anunciaba una respuesta genial. Esa Señora que era pura inteligencia, pura empatía, pura personalidad, pura energía, pura simpatía, puro corazón,… pura luz. Esa Señora capaz de sacar lo mejor de cada uno. Lo hizo conmigo, y nunca se lo podré agradecer lo suficiente. Con ella compartí experiencias de Amistad (también con mayúscula) con personas con las que ambos estaremos unidos para siempre (Sabina Mollart-Rogerson, Gaspare Bellafiore, Beatriz Pastor Y Puga, Barbara Ruiz, Bianca Ascenti, Carmen Hidalgo,…). Isa se ganó el respeto unánime de la comunidad internacional de la vela por su profesionalidad, por su carácter, por una manera de hacer las cosas que sentaron cátedra, como todo lo que decía. Esa Señora capaz de defender sus ideas con una vehemencia a veces cómica, y que en plena discusión lograba darte la razón sin que pareciera que se la habías arrebatado. Esa Señora elegante hasta la exquisitez, con una sabiduría infinita, con una personalidad arrebatadora, con unas insaciables ganas de aprender. Y de enseñar. Tuve la suerte de cruzarme en su camino, el privilegio de conocerla, el honor de que me considerara su amigo.

Me quedo con sus sonoras carcajadas cada vez que nos retábamos a ver cuál de los dos decía una barbaridad mayor; me quedo con su sonrisa llena de dientes y sus ojos saltones; me quedo con la tranquilidad de saber que leyó mi escueto “te quiero” en el penúltimo mensaje que le envié apenas unas horas antes de irse, porque me respondió con un “y yo” que conservaré siempre. Me quedo con un vacío muy grande, pero feliz, porque sé que ella lo fue.

Fair winds, Isa.